jueves, 3 de septiembre de 2009

Viva septiembre.

Septiembre me gusta, el auténtico año nuevo (comienzos, retornos, bagajes) Su luz anuncia frío, color más allá de las espigas resecas y, encima, hay una buena película de Woody Allen que lleva ese nombre. September. Odio el calor con su presunción de pereza, la inmovilidad sudorosa por mucha cerveza que se le ponga, rehuyo los tumultos de absurdas tomatinas y sanfermines. Luego vemos locura en el Coliseo romano (se nota que he estado en Roma...) pero allí nadie se jugaba la vida de forma voluntaria. Eran condenados, forzados, desheredados. Cierto que los demás disfrutaban de la sangre. Sangre que era del mismo color que la que ahora vemos en el telediario, incluso en directo, en prime time, y en las plazas de toros. Que lo coje, lo cojió, y es cuando nuestros cinco sentidos se convierten en seis.
Lo más útil del verano, además de ese viaje a Roma, ha sido leer algún libro y releer las Memorias de Adriano. Y dice la autora por algún sitio, más o menos pues cito de memoria, que el trabajo es útil a veces para no mirar a la vida a la cara. Verdad a medias, pues depende del trabajo, pero está claro que no es lo mismo la vida de los demás que la propia.
Por mi parte, después de unos días trabajando, sólo ayer me sentí de vuelta al trabajo, pues fue cuando sufrí de nuevo las esperas absurdas en el Juzgado, la insoportable levedad procesal del pasillo, los renglones no escritos de las leyes de enjuiciamiento... Desidia contagiosa. Tengo facilidad para contagiarme no de virus, sino de estados de ánimo, y odio esperar. Esperando no se mira a la cara ni al trabajo ni a la vida propia ni a la ajena. El aburrimiento sólo divaga sin sentido, como mucho se piensa en alguna parte del trabajo, o en algún chiste fácil sin gracia más allá de la inspirada por la desidia, hasta que me voy a casa pensando en el archivo del procedimiento penal respectivo (que se premia según el Sr. Turno de Oficio con el impago) Me voy pensando en la influencia que ha tenido lo que he hecho o dejado de hacer en el resultado del procedimiento. Y me voy cabreado por el tiempo que me podía haber ahorrado.
Huyo pensando que este trabajo, en el fondo, es útil a su manera, pues te acostumbra a analizar hechos cotidianos, más incluso que el estudio del derecho, mirando la rutina cronológicamente, buscando motivos, justificaciones, resultados, posibilidades. Uno se acostumbra a ver descuadres en un gesto, en un tono de voz. Se llega a apreciar el punto de secuela de la víctima en el hablar dubitativo de su tío.
Me voy del Juzgado pensando que ante el defecto de mentir la virtud de dudar. Y me voy sabiendo que dentro de poco me tocará esperar de nuevo en el Juzgado y, lo peor, que me contagiaré de ello y perderé mucho más tiempo a mi manera, por mi culpa y sólo por mi culpa, entre otras cosas escribiendo en este blog.

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