El año nuevo me ha hecho pensar en números sin letras. El bombardeo mediático de cábalas y recuentos llega al ridículo. Que si cambio de año y fin del mundo; que si rankings anuales de todo tipo: Las diez noticias más vistas, los diez mejores goles, los tres libros y películas imprescindibles, la madre que los parió, por no mentar la crisis y las primas de riesgo (Que resulta que no son un método anticonceptivo)
Y lo peor de todo: las doce campanadas.
Este año he conseguido huír de dicho trámite. Sorpresa: no he salido ardiendo, ni ¡por Tutatis! se me ha caído más cielo sobre la cabeza del que a cada uno nos toca.
La navidad, en sentido amplio, siempre me ha provocado un punto de ridículo, un punto contrahecho, como un cuadro o una bicicleta del revés, como un coche sin volante.
Este año me he dado cuenta de que esas extrañas sensaciones quizá, sólo quizá, me vengan motivadas por la mezcla de tanta cifra con tanto ceremonial emotivo. Dentro de nada nos traerán los Reyes Magos una fórmula de las emociones y no nos hará falta mirar a los ojos. Haremos una integral o añadiremos una página al curriculum vitae y punto.
Porque parece ser que el hombre moderno para recordar tiene que usar la calculadora.
P.D.: Uso en mi descargo que me he visto obligado a escribir algo por alguna protesta acerca el abandono de este blog y/o su exclusiva temática "runner". Y tan espeso estoy que me han salido los tópicos navideños. En la próxima os hablaré del tiempo metido en un ascensor.
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