El teatro clásico es un trabalenguas de amoríos y día a día, con alguna sonrisa, refranes varios y lágrimas de cristal. Hay un salto en las formas que yo veo poco clásica, y es la relación de la obra con el público. No soy un experto, pero creo que cuando el teatro clásico era contemporáneo el público no lo veía como un producto intelectualoide sino, más bien, como el cine comercial de hoy en día. Ahora nos vestimos de comunión para ir al patio de butacas, antes llevaban las verduras podridas para lanzar sus certeras críticas con puntería. Autores más mundanos que Quevedo y Cervantes no los ha habido. Ahora se hace énfasis en las variaciones del castellano a lo largo de los siglos para darle a las obras un aire reconcentrado, poético-criptográfico.
El otro día, en Almagro, me costó media hora cogerle el hilo a la obra, y según me dijeron no era de las más "clásicas". Pobre de mí, no doy más de sí. No veo razonable que leer a los mismos autores clásicos sea más fácil que oir y entender sus adaptaciones teatrales. Al menos me llevé un par de sonrisas en el zurrón y una frase en la retina, algo es algo, una de esas frases que aunque pasen los días vuelve de vez en cuando, una acertada coletilla, ésta sí de verdad clásica: dame los pies y no me niegues las manos. Dame los pies y no me niegues las manos.
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